A continuación sigue el artículo que en 2007 se publicó en la revista "Patrona de Burguillos" y en el que explico con detalle el Retablo de la Stma. Virgen del Rosario de la Parroquia, aunque lógicamente solo nos centraremos en las imágenes de los abuelos de Jesucristo:
" ...En cuanto a las imágenes que lo componen, encontramos sobre unas repisas en los laterales del retablo, a Santa Ana, madre de la Virgen María (festividad 26 de julio), que los Evangelios canónicos ni siquiera citan su nombre. Sólo la mencionan los Apócrifos: el Protoevangelio de Santiago y el Evangelio o Tradiciones de Matías. Como la Leyenda de Santa Ana está indisolublemente unidad a la de la Virgen María, hay que remitirse a los capítulos de la Iconografía del Nuevo Testamento, dedicados a la genealogía y a la Vida de la Virgen. El Culto de Santa Ana en Occidente ha sido tardío y efímero: se desarrolló a finales de la Edad Media, en relación con la creencia en la Inmaculada Concepción de la Virgen. Entró en decadencia y se extinguió, salvo en Bretaña y en Canadá, a partir del siglo XVI, aunque aquí en Sevilla, tenemos la gran devoción a Santa Ana en la Parroquia del mismo nombre del barrio sevillano de Triana. Sus orígenes hay que buscarlos en Oriente, cuando se pone bajo su advocación una Iglesia en Jerusalén edificada en el presunto lugar del nacimiento de la Virgen. En Occidente aparece en la época de las Cruzadas, gracias a las reliquias traídas desde Tierra Santa o de Constantinopla, y que se multiplican por multitud de templos europeos.
La devoción a Santa Ana se basaba en la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen, sostenida a partir del siglo XIII por la orden de los franciscanos y aprobada en 1439 por el Concilio de Basilea, y ratificada más tarde, en 1483, por el papa Sixto IV. Su más ardiente propagador, junto a los carmelitas, fue el humanista alemán Trittenheim, benedictino, quien publicó en 1494 “De lauidibus sanctissimae matris Annae tractabus”. Desde entonces, las cofradías de Santa Ana se multiplicaron por toda Europa, aunque después del Concilio de Trento, esta devoción entró en decadencia, al igual que ocurriese con la de otros muchos santos. El número de patronazgos de Santa Ana es la mejor prueba de su popularidad, y así lo era de carpinteros, ebanistas, torneros, por ser la suegra de San José o por ser el Tabernáculo vivo de la Virgen. También lo fue de mineros, así como de caballerizos, palafreneros, toneleros, tejedores, orfebres y fabricantes de escobas, costureras, encajeras y guanteros, aunque destaque el lógico patronazgo sobre las Madres de familia, preocupadas por la buena crianza de sus hijos. También se le invocaba para obtener la gracia de una buena muerte, para evitar las angustias de la agonía, y por último señalar que el martes le estaba especialmente consagrado porque según la tradición ella habría nacido y muerto ese día. En cuanto a su Iconografía, Santa Ana tiene el aspecto de una matrona y se la representa con manto manto verde porque lleva en su vientre la esperanza del mundo, y el verde es el color de la esperanza.
Con la imagen de Santa Ana, hace pareja indisoluble la escultura de San Joaquín (festividad asimismo el 26 de julio, aunque antiguamente se celebrase el 16 de agosto), puesto que es el esposo de ella y padre de la Virgen María. Es el patrón del Papa León X, quien elevó su fiesta al doble ritual de 11ª clase. Al igual que ocurre con Santa Ana, no aparecen datos en los Evangelios canónicos por lo que hemos de recabar datos en los Evangelios apócrifos: El Protoevangelio de Santiago, el Evangelio del Seudo Mateo y el Evangelio de la Natividad de la Virgen, popularizados en el siglo XIII en el Speculum Historiae de Vincent de Beauvais, y sobre todo por la Leyenda Dorada de Jacopo de la Vorágine
Así la Leyenda señala que tras veinte años de matrimonio con Ana, Joaquín seguía sin descendencia. Ahora bien, la esterilidad entre los judíos se consideraba una maldición divina. Además, el sumo sacerdote se negó a aceptar la ofrenda que Joaquín quería dedicar al templo. Desesperado por esa afrenta, éste se retiró en soledad, junto a sus pastores. Pero enseguida el arcángel Gabriel se le apareció, al igual que a su mujer que estaba sola en Jesuralén, para predecir a ambos el nacimiento de un niño. Los viejos esposos se encontraron en la Puerta Dorada y se abrazaron llenos de alegría: del beso que se dieron nacería la Virgen Inmaculada, madre del Redentor.
En principio, los nombres de Ana y Joaquín no designan a personajes reales, se trata de denominaciones simbólicas: Ana significa Gracia en hebreo, y Joaquín (sería una forma de Eliachim, diminutivo de Elías), Preparación del Señor. Por otra parte, todos los elementos de esta historia de los Evangelios apócrifos fueron tomados del Antiguo Testamento. La leyenda de Ana no es más que una ampliación de la historia de su homónima Hanna, madre de Samuel, de los dos primeros capítulos del Libro de los Reyes. El tema de los viejos esposos que después de largos años de matrimonio estéril son gratificados con un niño por la gracia divina, reaparece muchas veces en la Biblia que a su vez lo ha tomado de la leyenda universal. Es la historia de Abraham y de Sara, padres tardíos de Isaac, de Manué, padre de Sansón, de Zacarías e Isabel, padres de Juan Bautista. Los Evangelios apócrifos se limitaron a copiarlo aplicándolo a los padres simbólicos de la Virgen.
Iconográficamente, a San Joaquín se le representa como a un pastor, siendo su atributo habitual un cesto con dos palomas, la ofrenda ritual en el templo; en Burguillos aparece como un anciano pastor, al que le falta el cayado y con un cordero a sus pies. Habitualmente se representa a este matrimonio de forma conjunta en “el encuentro en la Puerta Dorada” en un tierno abrazo que se ve como no sólo el preludio del Nacimiento de la Virgen, sino además, el símbolo de la Inmaculada Concepción, por lo que aparece como la redención del Pecado original, la reparación de la falta de Eva. Este episodio adquiere por ello una importancia capital en el misterio de la Salvación, y aquí en Burguillos los encontramos custodiando a su Hija, a Nuestra Señora del Rosario..."
La devoción a Santa Ana se basaba en la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen, sostenida a partir del siglo XIII por la orden de los franciscanos y aprobada en 1439 por el Concilio de Basilea, y ratificada más tarde, en 1483, por el papa Sixto IV. Su más ardiente propagador, junto a los carmelitas, fue el humanista alemán Trittenheim, benedictino, quien publicó en 1494 “De lauidibus sanctissimae matris Annae tractabus”. Desde entonces, las cofradías de Santa Ana se multiplicaron por toda Europa, aunque después del Concilio de Trento, esta devoción entró en decadencia, al igual que ocurriese con la de otros muchos santos. El número de patronazgos de Santa Ana es la mejor prueba de su popularidad, y así lo era de carpinteros, ebanistas, torneros, por ser la suegra de San José o por ser el Tabernáculo vivo de la Virgen. También lo fue de mineros, así como de caballerizos, palafreneros, toneleros, tejedores, orfebres y fabricantes de escobas, costureras, encajeras y guanteros, aunque destaque el lógico patronazgo sobre las Madres de familia, preocupadas por la buena crianza de sus hijos. También se le invocaba para obtener la gracia de una buena muerte, para evitar las angustias de la agonía, y por último señalar que el martes le estaba especialmente consagrado porque según la tradición ella habría nacido y muerto ese día. En cuanto a su Iconografía, Santa Ana tiene el aspecto de una matrona y se la representa con manto manto verde porque lleva en su vientre la esperanza del mundo, y el verde es el color de la esperanza.
Con la imagen de Santa Ana, hace pareja indisoluble la escultura de San Joaquín (festividad asimismo el 26 de julio, aunque antiguamente se celebrase el 16 de agosto), puesto que es el esposo de ella y padre de la Virgen María. Es el patrón del Papa León X, quien elevó su fiesta al doble ritual de 11ª clase. Al igual que ocurre con Santa Ana, no aparecen datos en los Evangelios canónicos por lo que hemos de recabar datos en los Evangelios apócrifos: El Protoevangelio de Santiago, el Evangelio del Seudo Mateo y el Evangelio de la Natividad de la Virgen, popularizados en el siglo XIII en el Speculum Historiae de Vincent de Beauvais, y sobre todo por la Leyenda Dorada de Jacopo de la Vorágine
Así la Leyenda señala que tras veinte años de matrimonio con Ana, Joaquín seguía sin descendencia. Ahora bien, la esterilidad entre los judíos se consideraba una maldición divina. Además, el sumo sacerdote se negó a aceptar la ofrenda que Joaquín quería dedicar al templo. Desesperado por esa afrenta, éste se retiró en soledad, junto a sus pastores. Pero enseguida el arcángel Gabriel se le apareció, al igual que a su mujer que estaba sola en Jesuralén, para predecir a ambos el nacimiento de un niño. Los viejos esposos se encontraron en la Puerta Dorada y se abrazaron llenos de alegría: del beso que se dieron nacería la Virgen Inmaculada, madre del Redentor.
En principio, los nombres de Ana y Joaquín no designan a personajes reales, se trata de denominaciones simbólicas: Ana significa Gracia en hebreo, y Joaquín (sería una forma de Eliachim, diminutivo de Elías), Preparación del Señor. Por otra parte, todos los elementos de esta historia de los Evangelios apócrifos fueron tomados del Antiguo Testamento. La leyenda de Ana no es más que una ampliación de la historia de su homónima Hanna, madre de Samuel, de los dos primeros capítulos del Libro de los Reyes. El tema de los viejos esposos que después de largos años de matrimonio estéril son gratificados con un niño por la gracia divina, reaparece muchas veces en la Biblia que a su vez lo ha tomado de la leyenda universal. Es la historia de Abraham y de Sara, padres tardíos de Isaac, de Manué, padre de Sansón, de Zacarías e Isabel, padres de Juan Bautista. Los Evangelios apócrifos se limitaron a copiarlo aplicándolo a los padres simbólicos de la Virgen.
Iconográficamente, a San Joaquín se le representa como a un pastor, siendo su atributo habitual un cesto con dos palomas, la ofrenda ritual en el templo; en Burguillos aparece como un anciano pastor, al que le falta el cayado y con un cordero a sus pies. Habitualmente se representa a este matrimonio de forma conjunta en “el encuentro en la Puerta Dorada” en un tierno abrazo que se ve como no sólo el preludio del Nacimiento de la Virgen, sino además, el símbolo de la Inmaculada Concepción, por lo que aparece como la redención del Pecado original, la reparación de la falta de Eva. Este episodio adquiere por ello una importancia capital en el misterio de la Salvación, y aquí en Burguillos los encontramos custodiando a su Hija, a Nuestra Señora del Rosario..."
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